CRÍTICA
El
cine nació hace más de cien años con la pretensión de entretener. Simple y
llanamente. Desde entonces han sido muchas las películas que han
conseguido este fin por uno u otro camino. Matrix es, sin lugar a dudas, el
entretenimiento de finales del siglo XX. Estética posmodernista, piratas
informáticos, realidad virtual...
todo cabe en esta película; todo lo que está más de moda, y esta es
la clave de su éxito.
A
lo dicho hasta ahora hay que sumar el derroche de medios técnicos,
producto de una sólida producción.
Ambientada a la perfección y pensada al milímetro (en cuanto a decorados y
ambientación se refiere), consigue enganchar a la audiencia mediante
preguntas sin respuesta y respuestas imposibles a preguntas...
¿obvias?. Nadie en el mundo
de Matrix imagina qué hay detrás de su sociedad, pero la realidad está ahí, para los valientes que
quieran descubrirla.
El ritmo vertiginoso con que se suceden las escenas (especialmente en la
primera secuencia) no concede ni un respiro al espectador, que se ve
sumergido en la trama desde el primer fotograma. Este impacto visual y la
riqueza de las imágenes son herencia directa del mundo del cómic. Los
diálogos, sencillos, simplemente acompañan a una película que trata de
definirse por la fuerza de la imagen.
Mención especial merecen los efectos especiales (lógicamente); son efectos
que, después de Matrix se repetirán hasta la saciedad y, probablemente, se mejorarán... pero, sin
lugar a dudas, son realmente alucinantes.
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